Un error de cálculos.

Nadie había querido jamás a Alex como su hermano Oliver. Lo adoraba despierto, con todos los sentidos, e incluso tenía sueños rutinarios en los que se paseaba junto a su hermano gemelo en un mundo donde no había más individuos que ellos dos: eran felices y se querían intensamente. Su comportamiento comenzó a cambiar de a poco debido a la trágica muerte de su madre. Su padre seguía ahí, pero ellos se sentían tan solos como si no estuviera.
Al cabo de unos días de la muerte, ellos cumplieron doce años y comenzaron a trabajar, ya no pasaban tanto tiempo juntos como lo hacían antes. Apenas se veían a la noche luego de trabajar el día completo.
Paso un tiempo y, acostumbrados a la rutina, se hizo cada vez mas habitual el no hablarse o contarse las cosas que antes los unían y divertían. Poco a poco fueron perdiendo lo que realmente los hacia especiales: el amor fraternal. El devenir de los días los consumía. Dejaron de importar los lazos sanguíneos y, poco a poco, fueron convirtiéndose en completos desconocidos.
Oliver trabajaba como limpia chimeneas, a diferencia de Alex que trabajaba en una fábrica de vidrios y por un error de cálculos, el 17 de febrero de 1820, perdió su vida en una explosión. Su gemelo cayó en una terrible depresión.
Oliver se arrepintió de cada uno de los momentos perdidos y culpó a su padre por ello. Eran los únicos que quedaban y no podían ni mirarse. Al cabo de un tiempo, el padre comenzó a beber y a tener malas actitudes hacia él, no solo levantando el tono de su voz, sino también agrediéndolo físicamente. Oliver no podía aguantar más la situación en la que estaba viviendo y escapó de su casa.
Ya no se alimentaba como antes, con suerte comía una vez al día y no muy bien ya que tenía que husmear en la basura para “nutrirse”.
Luego de unas semanas, cuando su situación no daba para más, se unió a un grupo de chicos en su misma situación que ya tenían más experiencia y que, para comer, utilizaban otro método: robar.
Oliver ya con catorce años comenzó a hacer algo que sabía que no debía, pero creía que no tenía otra opción.
Con su llegada al grupo, los robos comenzaron a ser mas elaborados e incluso llegaron a robar casas de las personas más ricas y populares de Londres. Tal era el impacto que causaron que toda la ciudad estaba hablando de ellos y de quiénes eran esos usurpadores anónimos.
En una ocasión, robando la casa más rica y segura de la ciudad, fueron capturados por la policía. Ellos se resistieron, pero solo uno logró liberarse de ellos: Oliver.
Él siguió con su vida no de la misma manera, en lo único que pensaba era en cómo recuperar a las últimas personas que quedaban en su vida. Ya no tenía a su madre, había perdido a su hermano y se habían llevado al reformatorio a sus amigos, que en ese entonces ya eran familia para él: eran los que habían estado cuando a nadie parecía importarle.
Todos los días se escondía para memorizar el reformatorio en el que estaba su grupo. Pensó y estudió cada movimiento de los guardias. Hasta que un día se le ocurrió un plan: en la parte de atrás de la estructura, había una ventana por la cual, según sus cálculos, podía entrar. En esa parte los guardias siempre tomaban descansos de diez minutos cada tres horas. No era mucho tiempo, pero tenía que intentarlo. Solo tenía una oportunidad y, si algo fallaba sabía, que no había vuelta atrás.

Al llegar el día del rescate, se preparó y esperó a que los guardias desaparecieran. Saltó la reja y, al llegar a la ventana, no pudo entrar, intentó e intentó, pero fue imposible. Perdió la noción del tiempo. Llegaron los guardias y, al igual que su hermano gemelo, murió por un error de cálculos.

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